top of page

EL PAÍS DE LA NADA

  • Writer: Ilana Uribe Zuloaga
    Ilana Uribe Zuloaga
  • Jun 21
  • 3 min read

Updated: Jun 22

Fotografía de Ilana Uribe Zuluaga
Fotografía de Ilana Uribe Zuluaga
Ilana Uribe Zuluaga

Colombia, London School of Economics and Political Science



El atentado contra Miguel Uribe, hoy senador y precandidato presidencial del Centro Democrático de 39 años, resucitó el fantasma de la violencia política en Colombia. Para muchos, fue un brutal empujón al pasado, un retroceso a una época oscura y sofocante. Para los más jóvenes, como yo, que no crecimos acostumbrados a los disparos como ruido de fondo en la escena política nacional, un golpe confuso y desconcertante.


Tú y yo nacimos en una Colombia en “paz”, y aunque Paz con mayúscula no ha habido, nosotros no crecimos con la sombra del miedo persiguiéndonos constantemente. Hoy, por fin, entendemos la preocupación de nuestros padres. Hoy, se vuelve a sentir la incertidumbre que anticipa las malas noticias. Hoy el miedo vuelve, sin vergüenza, a mudarse a nuestras casas. Esto no es solo un atentado contra un político en campaña, sino el intento de acabar con la esperanza de cambio que permanece viva en el corazón de cada colombiano.


Me pregunto cómo es posible seguir soñando con una Colombia mejor, en un país donde la verdad se paga con sangre, donde el servicio público se confunde con los intereses privados, donde ser político es sinónimo de ser corrupto y donde se trata mejor al criminal que al trabajador honesto.


Decimos que “Colombia no tiene arreglo”. Que no nos podemos salvar de nosotros mismos. Que somos un país enfermo, construido a punta de violencia, desidia y olvido. Incapaces de romperlo, volvemos siempre al mismo ciclo, ese que se inició con Gaitán, que luego se llevó a Galán, y que ahora trata de arrebatarle la vida a Miguel, entre muchos otros líderes que, sin importar su orilla, creían que las cosas podían hacerse mejor. ¿Cómo es posible que vivamos en un bucle permanente que empieza con un joven sicario, sin oportunidades, que dispara su arma contra la vida de quien se atreve a pensar distinto?


Ahora vivimos asfixiados en un país donde los grupos armados se fortalecen en medio de una supuesta “paz total”, y no pasa nada. Donde se cometen más de 90 masacres al año, y no pasa nada. Donde la muerte, el desplazamiento y la rabia se vuelven paisaje, y no pasa nada. Donde la impunidad se volvió política de Estado… y aun así, no pasa nada.


En el país de la nada, la tragedia está tan normalizada que la gente no tiene otra opción que buscar pedacitos de felicidad en un partido de fútbol o una fiesta de barrio, para poder respirar al son de la música y la alegría pasajera. Aunque ese instinto nos ha permitido subsistir, también nos ha anestesiado, habituándonos a convivir con aquello que, de otra manera, nos habría resultado intolerable. Pero con cada silencio que guardamos, con cada injusticia que ignoramos y con cada escándalo que olvidamos, nos hundimos un poco más en una parálisis colectiva que nos arroja a un universo en el que nada cambia y donde todo se acepta como un designio inevitable.


La costumbre se convierte en hábito, y lo que se normaliza se perpetúa. Cuando el país quema tanto que toca fingir que no arde, dejamos de imaginar que puede ser distinto, y es ahí donde nace nuestra verdadera derrota. Es justo cuando deja de doler que la historia encuentra su lugar para repetirse. Por eso invito a las nuevas generaciones a sentir ese dolor. Déjense conmover por las historias de sus padres, de sus abuelos y de todos aquellos que siguen apostándole a un país que, aunque les haya fallado, se rehúsan a abandonar. Tenemos que encontrar el coraje para mirar nuestra realidad a los ojos, porque solo así podremos reconocer que nuestra patria fracturada guarda en sí la posibilidad de redención.


Los jóvenes tenemos ahora una responsabilidad. Nos acostumbramos a no esperar nada de Colombia, y por eso esta patria rota sigue siendo incapaz de brindarnos algo distinto. Tenemos el deber de sanarla, de interrumpir esta lógica macabra y no dejar que la apatía y el cinismo ganen la batalla. Debemos hacernos cargo de nuestro legado histórico con conciencia, honrando la memoria de quienes fueron víctimas y perdonando a quienes se equivocaron, sin permitir que el abuso del poder se perpetúe y nos arrebate la libertad y la democracia.


Participar no es ingenuo y soñar nunca será en vano. Puede que esta sea nuestra última oportunidad, y seamos nosotros los responsables de que el país de la nada se convierta en un hogar que brinde oportunidades para todos.





Comments


Commenting on this post isn't available anymore. Contact the site owner for more info.

Top Stories

Stay informed. 

  • Instagram
  • LinkedIn

© 2025 by The Foreign Affairs Review. All rights reserved.

bottom of page